Describir una mujer, debe ser la meta más intricada y gratificante en la literatura, aquí va mi inspiración de detallar con cuidado una que creo conocer lo suficiente, aunque ¿a quién realmente conocemos?
Comenzamos observando desde afuera y lejos, verticalmente ella no es alta ni baja, su altura es adecuada para un hombre de medidas justas. Convenientemente alta para que te inclines, usando un ángulo natural, la beses el encuentro de narices.
Suficientemente alta para abrazarla y ubicar tu quijada donde nace su frente, en ese momento mágico que eres su príncipe, que se percata a si misma protegida y amada.
Abrazarla pues eso era algo innato de hacer, note su gusto adquirido por esos momentos cuando le daba un abrazo disfrazado de sorpresa, que llegaba por su espalda, creo que ese abrazo sí que la hacía sentir más segura aun.
Al juntarse nuestros cuerpos su busto resaltaba entre nos, recostar mi cabeza en su pecho era como tomar siesta en vacaciones de verano sobre el verde de un parque, dos montañas parcialmente artificiales que cómodamente te hacían sentir vivo, con el palpitar de su corazón, que se ejercita diariamente a un ritmo pacifico. Uff y ahí es cuando yo me sentía seguro, podía confirmar que ella si tenía un corazón. Que bajo ese cuero y detrás de esos muros emocionales hay un lugar para alguien especial. Para mí.
Sus pechos desalineados y desproporcionados realistas como la vida misma, firmes como la palabra de un político en elecciones, insípidos como un vaso de agua en el desierto del Sahara, con dos pezones que emanan erotismo puro, a pesar de algo insensibles, secuelas de sus batallas contra el bisturí de Picard-Ami.
Solo en esa faja de su cuerpo tienes la fórmula para hipnotizar cualquier hombre con el desbloqueo de su brasier. Brasier que se suelta en la espalda, espalda esculpida emulando el arco y la esbeltez de un puente. Levemente amplia en lo alto de los hombros por la natación y voluptuosamente seductora en el caer de las vértebras hacia las caderas. Zona de su cuerpo estúpidamente apta para practicar decenas de masajes en incontables noches, donde amaba con mis manos a su piel.
Bajar más es llegar a sus piernas, las mejores compañeras de cualquier falda o vestido que se pusiera, combinación fatal para cualquier macho con libido acumulada. Piernas flexibles como las de una exbailarina de ballet, cuádriceps que resaltaban en momentos de esfuerzo defendiendo su pedigree deportivo razón de horas de tenis, natación, ciclismo, trote. Antes de salir a veces se las embellecía con una crema, como si la belleza natural que emitía su tono de piel no fuera suficiente.
Piel color canela, ni aquí ni allá. Lienzo de epidermis que recubre un alma hermosa de amar, piel que acariciaba constantemente como tratando de catar. Con un bronceado natural que seguramente le ha causado envidia a más de una.
Volvemos al frente y encontramos en su abdomen este ser casi prohibido e inexplorado llamado ombligo. Causante te cosquilleos, que le robaban una sonrisa incontenible, contagiosa y genuina. Sonrisa que destellaba sin mesura la parcialidad de unos dientes blancos como la leche, alineados con el pasar de los años bajo un estricto plan dental.
A decir verdad, por más que disfrutaba sus besos. Lo mejor era sumergirme en su mirada mientras me acercaba a aterrizar mis labios en los de ella. Con mis ojos cerrados podía deleitar el gusto del momento. Un beso con ella es igual a presionarle mute al control del mundo.
Ahí aprovechaba, daba pase libre a mi mano para reposarla en la esquina exterior de su mandíbula justo como a ella le gustaba, pasar mi palma a su cuello o arrastrarla hacia arriba tratando de erizar cada milímetro cuadrado de su cutis, hasta sentir sus cabellos entre mis dedos y pasarlos por detrás de la oreja, hasta que el apetito neurótico del movimiento fuera saciado.
Cabello, en mi opinión su segundo mejor atributo físico luego de su mirada, consagrado de un alisado espontaneo, con su efecto tornasol el resplandor capta la mirada de cualquiera que se cruza por su camino. Con una pasada de sus manos adoptaban un corte natural, digno de comercial de Loreal.
Bajo esta mezcla de genética Inca y bagaje de vida tenemos una mujer hermosamente imperfecta, que no piensa dentro de la caja, ejemplo carnal de sensualidad, misterio, creatividad y astucia.