El corazón de una mujer es invencible, y a su vez tierno,
es grande y de apariencia delicada, más grande que los sueños,
es pájaro sin dueño. Come decisiones para respirar oportunidades,
late caricias por aquello que no se ve en un espejo. Va armado hasta
los dientes con chispas de su madre, enlistado a la guerra del cortejo.
Se dilata según su necesidad y se alborota, vaya tempestad,
hasta juega a crear problemas, ¿qué se cree, cerebro? Esos dos
que nunca se han llevado bien, al menos comparten dilemas.
Sí, siempre ha sido así ¿sabes?, por aquello que no está en el espejo,
aquello que hace la sangre fluir, como los dedos de un escritor
sangran sobre una Olivetti, que buscan sin sosiego, más que palabras.
No hay mapa que señale su destino, va a su propio paso,
sabe que llegará sin atraso, va por allá, por un nuevo camino.
No importa el clima sí sabe la dirección a tomar, son latidos el guía
que lo lleva a su hogar, que le disuelven el tiempo como agua al té.
Lleva su vestidito rojo, igual a aquel labial que compró sin probar,
con cuatro letras se quisiera endeudar, allá, donde no hay espejos.