Sunday, February 17, 2013

El Contador

De niño pensaba que en la vida tenemos los respiros contados, y que cada ser tiene una cantidad asignada previamente antes de nacer. Así, al llegar tu último respiro, mueres. Anticipando el miedo a este final, en mi pequeña cabeza decidí aprender a respirar lento y profundo, tratando de alargar la condena que te dan al nacer, vivir.

En ese ejercicio aprendí a valorar cada cucharada de aire en mis pulmones, y a cuidarlos a ellos también. Lo que en retrospectiva, me convirtió en un niño con un temperamento sereno, motivo de orgullo para mi madre. Con el pasar del tiempo me percaté que había una falla en mi plan, resulta que las situaciones y personas que valen la alegría te acelerarán la respiración y harán que los batidos de tu corazón se tropiecen.

Según esta hipótesis infantil e inocente, mueres un poco por cada una de estas cosas y personas, aunque a su vez, no hay nada que te haga sentir más vivo. Y la verdad es que al final de “cuentas” quien vive plenamente, no le teme al último respiro.

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